INTRODUCCIÓN
“Porque Dios es él que en vosotros obra así el
querer como el hacer, por su buena voluntad.” Filipenses
2:13.
Muchas
personas dicen que el hombre tiene “libre albedrío”. Ellos dicen que podemos
escoger por nosotros mismos el creer o no en el Señor Jesucristo. Nos dicen que
tenemos en nosotros mismos la capacidad para aceptar o rechazar a Cristo.
Pero
la Biblia no enseña esto. Romanos 3:11 dice que nadie desea buscar a Dios. Es
cierto que la Biblia dice que el que quiera, puede venir a Cristo, pero esto no
significa que los hombres posean la capacidad de venir. De hecho la Biblia dice
claramente que nadie tiene la capacidad para venir a Cristo. (Vea por ejemplo
Juan 6:44 y 65). Romanos 8:7 nos dice que nuestra naturaleza caída está en
enemistad contra Dios. Juan 15:18 dice que el mundo odia en forma natural a
Dios. Lea estos versículos por sí mismo y vea que esto es bíblico.
Está
claro entonces, que la Biblia dice que nuestras voluntades no son realmente
libres. No somos libres para elegir si vamos a recibir a Cristo como nuestro
salvador o no. En realidad, lejos de ser libres o neutrales, nuestra voluntad
es esclava de otras cosas.
Pero,
¿qué es nuestra voluntad? La voluntad es la capacidad de escoger entre una cosa
y otra, o entre varias alternativas. Pero algo siempre influye en la elección
que nos hace decidir en favor de una o en contra de otra alternativa. Esto
significa que nuestra voluntad es como una sierva de aquellas cosas que la
influyen en su decisión. Por lo tanto, nuestra voluntad no puede ser libre.
¿Cuáles
son las cosas que influyen en nuestra voluntad para que escoja entre una cosa u
otra? Esto depende de que tipo de personas seamos; es decir, depende de nuestra
naturaleza y carácter. En algunas personas esta influencia puede ser la razón y
en otras podría ser la conciencia o las emociones, o podría ser Satanás o el
Espíritu Santo.
Cualquiera
de estas cosas que tenga más influencia sobre la persona es lo que en realidad
controla su voluntad. Así pues, mientras que muchos dicen que es la voluntad
del hombre lo que le gobierna, la Biblia enseña que es su naturaleza interna la
que le gobierna. La Biblia llama a esta naturaleza interior “el corazón”. Es
nuestro corazón (nuestra naturaleza interior) la que influencia nuestra
voluntad.
Por
lo tanto, cuando alguien hace una elección, él hará lo que agrada a su corazón.
Si un pecador tiene que escoger entre una vida de bondad y santidad y una vida
de pecado y egoísmo, escogerá la vida de pecado. ¿Porqué?
Porque
eso es lo que agrada a su corazón. Su corazón (su “yo” interior) es pecaminoso.
Recuerde, la voluntad del hombre (su capacidad de elegir) está controlada por
su corazón pecaminoso.
La
Biblia enseña que nuestros corazones son por naturaleza pecaminosos y que por
naturaleza odiamos a Dios. Debido a esto, nuestras voluntades se inclinan
naturalmente hacia la maldad, ya que nuestras voluntades son controladas por
nuestros corazones pecaminosos. Puesto que nunca somos forzados a pecar en
contra de nuestra voluntad, hay un sentido en que podemos decir que nuestras
voluntades son “libres”. Como personas somos libres de hacer lo que nos gusta,
pero porque somos pecadores, lo que nos gusta hacer es siempre pecar.
Esto
es semejante a un hombre que sostiene un libro en su mano y después lo deja
caer. El libro es ahora libre, pero naturalmente cae al suelo. El hombre que lo
soltó no lo ha forzado a caer al suelo; ahí cayó. Del mismo modo, nadie forza
al pecador a pecar; él peca naturalmente porque su naturaleza pecaminosa
controla su voluntad.
El
escoge pecar libre y deliberadamente, pero siempre escoge pecar porque su
naturaleza es pecaminosa.
El
pecado ha afectado cada parte de la naturaleza del hombre, es decir: su mente,
sus emociones y su voluntad. El hombre es totalmente depravado y esto no es
difícil de probar. No tenemos que discutir acerca de la naturaleza pecaminosa
del hombre, puesto que ninguna persona puede guardar las normas que se ha
impuesto a sí misma. Tampoco puede hacer las cosas buenas que desea hacer, ni
mucho menos hacer las cosas que agradan a Dios.
(Es
por eso que la Escritura declara: “No
hay justo, ni aún uno; no hay
quien haga lo bueno, no hay ni siquiera uno.” Rom.3:10-18.) Esto muestra
claramente que el hombre no es libre, sino que es controlado por el pecado y
por Satanás. El pecado ha penetrado en cada parte de nuestra naturaleza humana.
Por naturaleza no queremos hacer la voluntad de Dios y tampoco deseamos amarle.
El pecado ha entrado en cada parte de nosotros, incluyendo nuestras voluntades.
Nuestras voluntades no son libres.
De
igual manera como las otras partes de nuestro ser, la voluntad es gobernada por
el pecado y está opuesta a Dios. Así que, no es correcto decir que el hombre es
capaz de escoger amar y obedecer a Dios, porque en realidad la voluntad no
desea obedecer a Dios en lo absoluto. Tampoco es correcto decir que los hombres
tienen que hacer “su parte” en la salvación de sí mismos. Un hombre muerto no
puede hacer nada para salvarse a sí mismo, y la Biblia nos dice que los hombres
están muertos a causa de su desobediencia y pecado. Solamente Dios puede
cambiar nuestra naturaleza pecaminosa de modo que lleguemos a amarle y
obedecerle.
(Vea
los siguientes versículos para confirmar esta verdad: Rom.8:7-8; 1 Cor.2:14;
Jn.6:44 y 65; Jn.3:1-9; Ef.4:17-19; Ef.2:1-10; Jn.8:34 y 44; Gen.6:5; Ecl.9:3;
Jer.17:9; Mar.7:21-23; Isa.53:6 y 64:6; Job 14:4; Jer.13:23, etc.)
Hemos
aprendido que Dios tiene control de todas las cosas. Dios el Padre escogió
salvar a ciertas personas de sus pecados. Jesucristo murió para salvarlos y el
Espíritu Santo les da vida espiritual. En la salvación de su pueblo y en su
control de todas las cosas, Dios obra de acuerdo con su propósito determinado.
Ninguna persona puede escoger si será salva o no, porque su voluntad es por
naturaleza mala y no desea lo que es bueno. Es decir, si Dios nos dejara a
todos a los deseos de nuestra propia naturaleza, entonces ninguno sería salvo
sino todos perdidos. Solo Dios puede hacer que una persona desee ser salva de
sus pecados.
Muchas
personas desean escapar de las consecuencias de sus pecados, pero nadie por
naturaleza quiere dejar el pecado, ni ser salvo de su control y dominio. Es por
lo tanto que la Biblia enseña que el arrepentimiento y la fe son dones que Dios
concede sólo a sus elegidos. Vea por ejemplo: 2 Tim.2:24-26; Hech.5:31 y
Hech.13:48; Fil.1:29 y 2:13-14; Stg.1:18; 1 Cor.3:5; Rom.12:3; Hechos 16:14